Era la aventura del año. Consciente o inconscientemente, nos veníamos preparando hace ya algunos meses para esta travesía; días de mucho bajar y poco pedalear en La Dormida, Parvazo, Refugio Alemán, Machalí. A esas alturas formamos una hermandad en búsqueda de la bajada más larga y las condiciones más parecidas a lo que, nos imaginábamos, iba a ser el terreno aquel día. El desafío no era menor, bajar de la cima del cerro de Ramón (3.253 msnm) hasta El Manzano en El Cajón del Maipo.

Eran 4 horas de experimentar la montaña en plenitud. En la altura con su terreno cambiante, lleno de improvisación y obstáculos. Un campo minado a veces fluido, a veces trabado, a veces inclinado, seco y suelto y luego muy firme bajo la sombra del bosque precordillerano.

©Jaime Gajardo
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Habíamos estado esperando como niños ansiosos por ella desde que una tormenta nos postergara la excursión programada inicialmente para octubre. Y aunque bajar lo más posible era el objetivo principal, la montaña, aquel lugar sagrado y más cercano a los dioses para la sabiduría ancestral, nos acercaba y conectaba con el ciclo básico del agua y (por ende) la vida.

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De la alta cordillera cubierta con resbalosos y juguetones manchones de nieve, paulatinamente nos abrimos paso a tierras de arrieros; verdes y húmedas explanadas cercadas para animales en veranada. Finalmente, en tierras más bajas, aparecieron milenarias quebradas cuya médula es un estero que hace brotar el bosque a su alrededor y donde comienzan a aparecer mayores rastros humanos.

©Jaime Gajardo
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Para quien no está habituado, la aventura comienza en el momento que se abre el hangar que contiene nuestro ascensor, un helicóptero de omnívoros diseños gráficos habilitado con un sólido rack para transportar las 5 bicicletas.

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El despegue, las primeras vistas de Santiago en la altura, el sobrevuelo de la montaña y el aterrizaje en una ventosa explanada en la cima del cerro de Ramón con la ciudad brotando a sus pies, son sensaciones diferentes y excitantes para el ciudadano común.

©Jaime Gajardo
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Para qué hablar de la bajada. Una delicia exigente y estricta con poco margen de error para switch backs, pendientes, zonas rápidas y pedregosas, cruces de río, unos pocos repechos y algo de freeride.

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Desde el momento en el que te bajas del helicóptero y te alistas a la batalla, todo transcurre como una película con distintas escenas. Helicóptero, ciudad, montaña, bicicletas, y horas de travesía son la fórmula de la diversión. Hasta tuvimos tiempo de parar a refrescarnos y jugar en un pozón, momento glorioso para refrescar los músculos y capear el calor ya en los últimos kilómetros de la travesía.

©Jaime Gajardo
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Una experiencia que vale la pena, la coronación de un año lleno de sacrificios y escaramuzas para estar en el cerro con los amigos haciendo lo que más nos gusta. Algo que todo quien se jacte de ser ciclista de montaña debe probar al menos una vez en la vida.

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