Ubicada a 300 km de la ciudad de Fortaleza, capital del estado de Ceará, yace una de las playas más lindas de Brasil. Conocida como “el paraíso nordestino”, este antiguo pueblo de pescadores se ha convertido en uno de los principales destinos para los amantes del windsurf y kitesurf, dado a su viento constante a lo largo de todo el año y su hermosa belleza natural.

©Francisco Torres Soza
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Pero… ¿Qué es lo que atrae año tras año a distintos turistas del mundo a visitar este pequeño rincón del gigante brasileño? Primero que todo, tenemos que considerar que la única manera de llegar es a través de vehículos autorizados que puedan andar por las calles de arena y subir las dunas que se presentan a lo largo de todo el Parque Nacional Jericoacoara, un viaje de cuarenta minutos desde la ciudad más próxima de Jijoca, en donde vale la pena detenerse para fotografiar y contemplar un par de minutos.

©Francisco Torres Soza
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Entre dunas, lagunas y un sereno pero ancho mar, llegamos al pueblo de Jeri –como lo nombran los nativos–, un refugio para deportistas, naturalistas, mochileros, artesanos o simplemente viajeros que buscan un lugar lejos de la modernidad de las grandes ciudades o de los destinos más concurridos del país.

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Durante el día, las principales avenidas del pueblo son el escenario de los boogies y camionetas de turismo que ofrecen distintos paseos por los alrededores del pueblo. Lagoa Paraíso y Tatajuba son los atractivos naturales más visitados, paseos que atraviesan más dunas, manglares secos y pequeñas lagunas de agua dulce formadas por la época de lluvia, hasta llegar a lagos de agua tibia y a las ya célebres hamacas de colores sobre el agua, ideales para tomar una cerveza helada y por qué no, un refrescante cóctel.

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Por la tarde, el ritual es uno: deleitarse con los mejores atardeceres de la región. Y para disfrutarlo, hay dos lugares de semejante belleza. Uno de ellos es la Duna de la puesta de Sol, que se encuentra en la playa principal de Jericoacoara, donde las personas se reúnen asiduamente para ser espectadores en primera fila de un fenómeno natural mágico y sin igual, en una gran y perfecta duna, donde el sol se acuesta sobre el mar, mientras las velas y los cometas de los practicantes de windsurf y kitesurf juegan con el viento.

©Francisco Torres Soza
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Para llegar al otro lugar, es necesario hacer una caminata de media hora hasta encontrarse con la Pedra Forada, una roca de cincuenta pies de altura con un agujero erosionado por la acción de la naturaleza, el cual en la época adecuada permite deleitarse con un colosal e impresionante atractivo natural una vez que la luz del sol pasa por el agujero.

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Luego de esto, es común ser testigo de una de las tradiciones más antiguas de la región, la capoeira, donde música, danza, acrobacias y expresión corporal se ponen en juego tanto para grandes como pequeños.

Durante la noche, el pueblo se viste de un ambiente pintoresco, donde las rústicas calles de arena se contrastan con la luz tenue de los bares y restaurantes, acompañadas de la música reggae y samba y los puestos de artesanía que se sitúan en la plaza principal. A su vez, la playa principal se transforma en el escenario ideal para los carritos de caipirinhas, la música local y los bailes improvisados de los viajeros de todo el mundo, bajo un cielo estrellado y un tranquilo mar.

©Francisco Torres Soza
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Es en este peculiar y aislado pueblo donde tres jóvenes diseñadoras chilenas decidieron dejar de lado la agitada velocidad de la capital, el constante ruido de los autos y micros, y la rutina en la cual estaban insertas, para armar su propio restaurante de comida fusión. Hace 3 años, que abrieron Kundalini, una interesante propuesta de comida vegetariana y vegana, que mezcla lo mejor de la comida criolla con los insumos orgánicos locales, inserto en un espacio abierto de paz y regocijo.

Muchas actividades se pueden llevar a cabo en este particular pueblo, aunque si se busca tranquilidad y descanso durante el día, la playa de Jericoacoara y Malhada son ideales para relajarse y disfrutar del sol, la blanca arena y la hermosa postal del horizonte, justificando –como afirman los locales– que en “Jericoacoara, o paraíso é aquí”. 

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