En la región del Biobío, el Parque Nacional Laguna del Laja, en plena Cordillera de los Andes, si bien no cuenta con la fama y popularidad del complejo andino conformado por los Nevados de Chillán —tal vez el destino cordillerano por excelencia de la región—, reúne un conjunto de atractivos naturales (además de un centro de ski) que bien valen la pena el desvío desde la ciudad de Los Ángeles, por la ruta Q-45, apta para todo tipo de vehículos hasta el parque.

Ya desde la carretera se tiene el primer apronte de la espectacularidad de la montaña: el imponente volcán Antuco, completamente nevado, destaca como telón de fondo durante buena parte del trayecto, ejerciendo su poder de atracción sobre los turistas y aventureros que se adentran en sus dominios.

©Santiago Soto Aguilar
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La hermosa laguna que da nombre al parque —el embalse natural más grande de Chile—, está inserta en un paisaje volcánico, rodeada de montañas boscosas, y en la cual puede desarrollarse la pesca deportiva. Pero además de la laguna, el parque cuenta con varios senderos de diferentes niveles de dificultad y extensión.

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Uno de los más populares, y que constituye una excelente alternativa para realizar por el día, es el sendero a la base de la Sierra Velluda, el enorme macizo de 3.585 metros sobre el nivel del mar, ubicado al sur del volcán Antuco, y en una de cuyas laderas puede apreciarse un pequeño glaciar.

©Santiago Soto Aguilar
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El sendero tiene aproximadamente 4,6 km de extensión y, a menos que se tengan conocimientos técnicos de travesía en nieve y se cuente con el equipo adecuado para ello, se puede hacer únicamente durante primavera o verano (no olvidar gorro y protector solar).

Los primeros kilómetros del sendero están marcados por pendientes moderadas, que de todos modos exigen un cierto esfuerzo que requiere de un estado físico adecuado. Dadas las características geológicas del lugar, moldeadas por las erupciones del volcán Antuco, la vegetación es escasa durante todo el trayecto, predominando los arbustos y matorrales bajos. A medida que se vaya ascendiendo, no se debe olvidar volver la vista atrás para apreciar la cuenca del río Laja y el valle encajonado entre grandes montañas.

©Santiago Soto Aguilar
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Al cabo de unas 2 horas aproximadamente, se llega a una enorme explanada, al fondo de la cual se divisa nuestro destino final: un gigantesco murallón coronado por el glaciar y vestigios de nieve, y por el cual descienden innumerables cascadas de todos los tamaños. Este espectáculo ha llevado, con razón, a que popularmente se conozca a este sector como “el Anfiteatro”.

En todo caso, desde aquí aún queda un buen trecho para llegar hasta la base del murallón, marcado por la que, tal vez, sea la porción más dificultosa del sendero: el escorial de lava de aproximadamente un kilómetro de ancho, que conforma un terreno muy irregular, repleto de grietas y rocas filosas. Al atravesarlo, a nuestra izquierda el volcán Antuco se irá asomando poco a poco, entablando un diálogo misterioso con su vecino “velludo” del sur.

©Santiago Soto Aguilar
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Finalmente, luego de la extenuante caminata por el escorial, sólo resta atravesar una ancha porción plana de piedras y riachuelos, para llegar hasta los pies del Anfiteatro, en donde vale la pena quedarse un buen rato disfrutando del silencio, la inmensidad del paisaje, y el vuelo de los cóndores que habitan en los roqueríos, recargando pilas para el regreso, aunque también es perfectamente posible quedarse a acampar en este mágico escenario, del cual no debemos olvidar que somos simples espectadores, nunca protagonistas.

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