“Trekking y cine outdoor al volcán Mocho Choshuenco” organizado por la empresa Networksur, fue una aventura de más de setenta horas en Futrono, provincia del Ranco; un territorio histórico donde justamente en la década del 40’ se planeó la ruta clandestina para otro exilio: aquí fue el lugar por donde Pablo Neruda escapó a Argentina en el contexto de la “Ley Maldita” durante el gobierno de Gabriel González Videla.

© Maite Bustamante
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El recorrido tenía como destino el portentoso glaciar del volcán Mocho Choshuenco, una masa de hielo con una data de dos mil años de vida. Imponente y cubierto por destellantes nieves eternas que permiten realizar deportes de montaña durante todo el año, como alpinismo, escalada en hielo y esquí en randonee, entre otros, el complejo volcánico Mocho Choshuenco está ubicado en la región de Los Ríos y colinda con las comunas de Panguipulli, Los Lagos y Futrono, y sus 7.537 hectáreas son administradas por la CONAF.

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Para llegar a la Reserva Nacional, situada en la macro región de bosques templados lluviosos de Los Andes Australes ─integrante de la red mundial de Reservas de la Biosfera de la Unesco a partir del 2007─, desde Valdivia, lo usual es tomar el camino Antilhue/Los Lagos/Panguipulli/Choshuenco, hacia el sector de Enco. Sin embargo, ésta vez nos adentramos por la localidad de Cerrillos, ubicada a 18 km de Futrono, en un recorrido totalmente desconocido para mi.

Junto a los demás asistentes, y rodeados de patrimonio cultural y naturaleza, nos hundimos como forasteros en la tierra sintiendo por unos días que alcanzamos el cielo. Y no exagero.

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Comenzamos la travesía a través de un antiguo camino maderero, siguiendo el río Caunahue. Acompañados por potentes rayos de sol, el primer tramo de 20 km hasta el campamento base lo realizamos en mountain bike. Pese a tener una dificultad media, el camino de ripio fue agotador, pero nos esperaba una antiquísima cabaña con una leñera que una vez llegada la noche nos permitió compartir un sabroso fogón gastronómico tras un juego de paintball en el bosque, que golpeó a más de alguno.

Finalizamos un día lleno de movimiento y nos hundimos en la oscuridad y el brillo de las estrellas. En ese momento fue el turno del séptimo arte con una interesante muestra de documentales de aventura en una pantalla inflable. Me acosté a la intemperie dentro del saco de dormir y, por fin, descansé.

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Muy temprano al día siguiente el guía, David Vidal, fue el encargado de despertar al grupo para iniciar la segunda etapa: caminar siete duros kilómetros, para así llegar al campamento que estaba situado en una amplia pampa. En esta ocasión nos internamos a pleno en el bosque. Los árboles apenas permitían el paso de los rayos del sol, lo que en ese momento agradecimos. Fuimos testigos de un ecosistema único: liebres, zorros, pumas, chucaos, gallaretas, bandurrias, carpinteros, torcazas y canquenes componen vivazmente la fauna del lugar. La flora en la zona baja del bosque contempla coigües, mañios, raulí, tineos y arbustos como maquis, chilcos, espinos, arrayanes, lumas y coligues, mientras que en la parte alta predominan las tengas, ñirres, canelos y quilas. Plantas rastreras y medicinales como quinchamalí, siempreviva, panameña y bailahuén también pudimos encontrar.

Tras horas de ascenso, llegar a la pampa donde pasamos la segunda noche fue como encontrar un tesoro. No sólo por la belleza del lugar, si no también porque el espacio permitía pensar en las muchas veces que tenemos la sensación de vivir en lugares vacíos. Los colores pasteles del atardecer nos regalaron los mejores momentos del día.

© Maite Bustamante
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Armamos nuevamente nuestras carpas, -mejor dicho nuestras cuevas- y compartimos con el grupo algo de comida, el relieve de los cerros, el silencio, la magia y las texturas que nos entregaba la naturaleza más salvaje.

Ya en la tercera y última jornada empezamos a caminar desde temprano. Nos levantamos al amanecer con la energía necesaria para echarle ganas a una caminata de siete km: aproximadamente tres horas hasta los pies del glaciar del volcán Mocho Choshuenco, ubicado a 2.000 metros de altura.

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El paisaje era exuberante. Vivan las montañas. Nos falta aire. Nuevamente el viento golpea. La recompensa: una increíble panorámica hacia los lagos Panguipulli, Neltume, Riñihue y en el horizonte, los volcanes Villarica y Lanín.

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Esto fue volver a nacer y atraparse en lo desconocido. Un desapego de lo habitual. Mente, cuerpo y naturaleza construyen, pienso, el eje de la misma línea.

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