Una de las complejidades de masificar libertinamente conceptos poco claros, es la pérdida de confianza en el mensaje. Acá no aplica la regla tácita de que toda publicidad es buena, ya que se camina por la delgada línea de la (des)confianza, esa apuesta por creer e invertir en algo que no está garantizado, que se construye lentamente, paso a paso. No se cumple con lo esperado y son varios pasos hacia atrás. Este ha sido el caso del manoseado y marqueteado concepto contemporáneo de sustentabilidad, particularmente en lo referente a arquitectura.

Se menciona a menudo que la sustentabilidad –o sostenibilidad- es una característica inherente a la arquitectura. Que siempre existió y es simplemente parte de la arquitectura vernacular. No podría ser de otra forma, con recursos y materiales limitados, cada cultura debió afrontar sus propias condiciones climáticas del mejor modo posible, y para eso el ingenio de artesanos, arquitectos y ayudantes de toda clase, todos bajo el anónimo nombre de constructores, fueron haciendo ajustes, a veces por medio de ideas elaboradas, pero mayormente por medio del ensayo y error, hasta lograr dar con soluciones a sus necesidades. Esto es lo que admiramos ignorantes al contemplar obras tradicionales; los corredores y patios mediterráneos para sortear el calor seco, las estructuras livianas y elevadas para ventilar en los climas tropicales, las construcciones masivas y de pequeñas perforaciones en países fríos, por nombrar algunas. Esa fuente de conocimiento representa siglos y hasta milenios de perfeccionamiento. Alejado de temas estilísticos ahí existe un laboratorio abierto para ser explorado, reinterpretado y en el mejor de los casos, perfeccionado.

Es con el avance tecnológico de los materiales, ahora materiales compuestos llamados productos, y con métodos de acondicionamiento térmico sofisticados, que se produce la separación de la intrínseca relación entre el medio climático y el diseño. Estos procesos requieren de más energía y ésta a la fecha resulta ser escasa, cara, contaminante o todas las anteriores.

Bienvenida es la incorporación de la tecnología en construcción, pero la arquitectura –etimológicamente- congrega al arte, como esa capacidad de no solo hacer sino que también habitar. Sin esa capacidad abstracta de proyectar e imaginar el dónde y cómo vivimos con una cierta intensión- con una calidad alejada del costo material- la arquitectura como profesión no se habría consolidado en la historia como una necesidad. Arte y técnica permiten proyectar pero, al alejarse de lo exacto, se generan espacios para las especulaciones de todo tipo. Algunas de estas son las que la moda de la sustentabilidad, guiadas solapadamente por las reglas del mercado bajo un velo de buenas intenciones, ha terminado por hacer de esta noble causa, un sinfín de marcas, certificaciones, aspiraciones, ambiciones y ademases acogibles bajo el término greenwash, lavado (de imagen) verde.

En mi profesión como arquitecto me encuentro con este dilema a diario. Sin tener la claridad suficiente para adscribirme a ningún dogma contemporáneo, opto por reducirme a aquellas cosas que pienso que sí logro conocer, manejar y aplicar. Por medio de estos posts intentaré destacar algunas aplicaciones que me parecen interesantes, las que a modo científico serán validadas o descartadas con el tiempo. O quizás tienen otro valor alejado de lo práctico, y ahí se complejiza de nuevo el asunto.

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