Pese a que aún hay focos activos, el balance al fin comienza a ser positivo. El Director de Conaf, Aaron Cavieres, aseguró que «la totalidad de incendios del país se encuentran contenidos o controlados” y que “nos estamos acercando al final de esta mega emergencia». Sin embargo la catástrofe de dimensiones dantescas, como la denominaron varias autoridades, dejó huellas imborrables para la historia de nuestro país.

Cobró la vida de 11 personas, dejó más de 7.400 damnificados, arrasó con miles de hectáreas, y dejó a cientos de animales heridos. Hechos lamentables que conmovieron a todo el mundo.

Sector de Peralillo en la región de O’Higgins.
Sector de Peralillo en la región de O’Higgins.

Tras esta catástrofe, como equipo de Ladera Sur, quisimos abarcar un tema que no se puede quedar en el tintero. Se trata de las indescifrables pérdidas en términos de flora y fauna, que aunque pareciera a veces un tema secundario, es fundamental para la vida humana y el desarrollo de nuestro país.

Para entender el porqué, conversamos con las agrónomas y especialistas en flora nativa, Agustina Hidalgo y Josefina Hepp, que hicieron un profundo análisis en esta materia.

¿Cómo evaluarían en este sentido lo que está pasando?

Es una tragedia en todos los ámbitos posibles. Y todavía no sabemos cuándo va a terminar ni su real magnitud. No es la primera ni la última tragedia que vivimos como país, pero ocurre en una zona muy sensible donde afecta a mucha gente, donde también nuestra flora y fauna ya estaba muy amenazada de antes. Además ha creado un ambiente de temor y agresividad al especularse sobre las causas, pero también, ha generado conciencia de los cambios evidentes en el clima, y ha traído otra serie de oportunidades que quizás no imaginábamos al principio. Por ejemplo, el tema de flora nativa y sus amenazas, y de ordenamiento territorial, por fin se está discutiendo a gran escala.

¿Qué tipo de flora podíamos encontrar en las regiones afectadas?

Respecto a la flora nativa, principalmente especies del bosque y matorral esclerófilo (que significa “de hojas duras”), especies que muchas veces vemos en las calles de las ciudades de la zona central (aunque no en abundancia) como el peumo, boldo, quillay, litre, espino, etc., y en las zonas más húmedas de quebradas, lingues, pataguas, canelos. Además, en el Maule, se encuentran elementos más higrófilos (literalmente “amigos de la humedad”), configurando el Bosque Maulino, uno de los ecosistemas más fragmentados de Chile. Esto quiere decir que solo quedan pequeñas “islas” de vegetación nativa en medio de muchísimas plantaciones de pino y eucaliptus, que dominan el paisaje.

¿Cuál es la dimensión de esta catástrofe a nivel de flora?

Recién lo estamos dimensionando. Hay sectores donde el fuego pasó más superficialmente y ya se ve rebrote en las ramas de algunos árboles y arbustos. Pero en otros, donde el fuego se quedó más tiempo, quedó todo calcinado. Así que ahora viene una etapa de evaluar el daño en cada sitio, ver si se «deja tranquilo» para que se restaure a su propio ritmo, o si hay que apoyar la restauración de forma más activa. Hay, además, sitios muy sensibles que generan mucha preocupación, por ejemplo se está hablando de una afectación de un 50% de la Reserva Los Ruiles en la región del Maule, donde se encuentra el ruil (Nothofagus alessandrii), árbol endémico de ese pequeño sector de la cordillera de la Costa que está en peligro crítico de extinción.

Lucía Abello cuenta que el bosque de ruiles de Empedrado se quemó y que el de Cauquenes corre peligro, pero aún no se sabe con exactitud cómo se encuentran las poblaciones. En esa zona además encontramos el queule (Gomortega keule) y el pitao (Pitavia punctata), especies que también tienen serios problemas de conservación y que junto con el ruil fueron declaradas Monumento Natural hace algún tiempo. Esto es sólo concentrándose en los árboles, porque a nivel de herbáceas y arbustos el problema sigue agrandándose. Puede haber especies ahí que aún no se conocen bien y que no han sido descritas. Hay otras zonas prioritarias para la conservación como Altos del Cantillana, Roblería del Cobre de Loncha, el Cerro Talamí en Alhué que también se están quemando, y algunos de esos fuegos siguen activos (en Talamí ya se han quemado más de 8.000 hectáreas). Según información de Lucía Abello, en la Reserva Loncha el fuego ha consumido bosques de centenarios robles de Santiago (Nothofagus macrocarpa), y el fuego se acercó a una población de bellotos del sur (Beilschmiedia berteroana), que también es Monumento Natural. En el Cerro El Mauco, en Curacaví, se quemaron alrededor de 7.000 hectáreas de flora nativa.

Cerro El Mauco, Curacaví tras el incendio. ©Josefina Hepp
Cerro El Mauco, Curacaví tras el incendio. ©Josefina Hepp

¿Tienes información acerca de cuánto se ha perdido en esta materia?

De acuerdo a CONAF, en total se han quemado casi 600.000 hectáreas esta temporada; de eso, el porcentaje de bosque nativo quemado sería de 18% y de matorral 21% (que también puede corresponder a especies nativas). En la región de O’Higgins, gran parte de lo quemado son cerros que constituyen los últimos refugios de flora nativa de la zona. Incluso las plantaciones forestales conservan remanentes de la vegetación original y son refugio para la fauna. En el Maule se están quemando zonas que son absolutamente críticas y claves en términos de conservación, en la Metropolitana también.

Obviamente que es un tema secundario en estos momentos, pero ¿qué significa una pérdida así para nuestro país?

No es tan secundario. Las áreas de bosque nativo actúan como reguladores del clima local, del ciclo de nutrientes, de la cantidad y calidad de agua, y estabilizan el suelo, lo que se conoce como servicios ecosistémicos. No es solo paisaje, es lo que permite nuestra vida como la conocemos.

Además es importante recalcar que gran parte, casi la mitad de la flora nativa de Chile es única (endémica) para el país, no se encuentra naturalmente en otros países, eso quiere decir que es nuestra responsabilidad protegerla. En especial en la zona central de nuestro país hay una gran biodiversidad y un gran porcentaje de especies endémicas, y también es donde se concentra gran parte de la población, entonces es un escenario muy complejo donde la flora se encuentra muy vulnerable.

Por último, somos un país que económicamente depende mucho de los recursos naturales, pero no somos cuidadosos con ellos, simplemente los extraemos. Como dice Elizalde en la dedicatoria de su libro La sobrevivencia de Chile: “Desde el momento que se convenza que todo depende de los recursos naturales renovables para sobrevivir, desde ese momento Chile resurgirá”.

Cerro el Mauco. © Josefina Hepp.
Cerro el Mauco. © Josefina Hepp.

Me imagino que de alguna forma a largo plazo esto afecta también a toda la población. ¿Por qué?

Como mencionábamos, nosotros dependemos de la naturaleza y los servicios que ella nos provee. Un tema muy importante es el del agua: la vegetación mantiene las napas freáticas más estables y a cierta altura. Sin vegetación, la napa freática desciende por lo que se hace más difícil obtener agua de pozos. En las zonas afectadas el agua ya era un recurso crítico, hay una sequía que ya dura varios años; esto lo empeora.

También el suelo, que ahora queda descubierto y susceptible a la erosión, y que si vienen lluvias intensas como ha ocurrido otros años, puede convertirse en un grave problema porque pueden ocurrir aluviones. Es urgente tomar medidas para estabilizar el suelo, mediante cobertura vegetal que crezca rápido o con obras para contenerlo.

A esto hay que sumar que muchos de esos cerros eran usados en sistemas pastoriles, al desaparecer la estrata herbácea, los animales se quedan sin comida, lo que afecta directamente la economía de las familias que viven de eso. Y la gente también queda “desenraizada”. Se les quema lo que han conocido de toda la vida, su historia, sus esfuerzos. Ese es un impacto muy fuerte y probablemente contribuya al abandono de zonas rurales y la concentración en las ciudades, que ya es un problema grave en Chile y el mundo.

Nuestra flora es parte del llamativo paisaje que tiene Chile y por el cual somos un país turístico. ¿Piensas que tendrá repercusiones en este sentido?

De todas maneras. Uno de los atractivos más grandes de la región de O’Higgins son sus paisajes con viñas y cerros con vegetación nativa. Esos cerros están negros y grises ahora, no muy atractivo ¿cierto? Lo mismo para la región del Maule y Valparaíso. Pero quizás eso haga que más gente tome conciencia y se destinen más recursos a restaurar o reforestar estos sectores con flora nativa. Ojalá las personas demanden eso, es muy importante sobre todo en los sitios que son de propiedad privada que se restaure con flora nativa, y que ojalá se protejan a largo plazo para que no puedan intervenirse. Tenemos que entender que nos están quedando muy pocos sitios naturales, hasta ahora eso nos distinguía de otros países, por ejemplo europeos, donde el paisaje está muy perturbado. Aún si lo pensamos solo en términos turísticos, es estratégico volver a recuperar ese paisaje.

¿Cómo afecta esto a la fauna?

Hablamos de la pérdida del ecosistema que le daba todo: comida, agua, refugio y espacio. Si desaparece la flora, ¿qué le queda a la fauna? Hay algunos animales que generan especial preocupación, como la yaca (Thylamys elegans), un marsupial cuyo hábitat son los últimos bosques de la zona central. Recalcamos la palabra “últimos”.

Además, al hablar de fauna tenemos que considerar todo, desde microfauna a grandes mamíferos y aves. Los más pequeños, que son los que más directamente afectan y ayudan al ciclaje de nutrientes en el suelo, probablemente no tuvieron opción de escapar, especialmente en los sitios donde el fuego afectó de manera más profunda.

¿Cuánto podríamos tardar en recuperar el patrimonio natural o la naturaleza silvestre tras estos acontecimientos?

Sinceramente, no lo sabemos. Se habla de 20 a 30 años, pero va a depender de cuánto y con qué intensidad afectó el fuego cada sitio. Hay que considerar que ante el actual panorama de cambio global (cambio climático) se hace aún más complicado, o al menos incierto, que las especies que antes existían puedan volver a colonizar o a desarrollarse en los lugares que habitaban, al menos para las especies que estaban en peligro y que eran capaces de sobrevivir en ciertos sitios/ambientes, porque eran individuos adultos, con sistemas radiculares extensos. Pero en otros sectores en que el daño fue más superficial, ya hemos visto algo de rebrote en la vegetación quemada en pie, hay especies que son muy resilientes y hay que confiar también en ellas. El banco de semillas y los órganos subterráneos podrían haber sobrevivido; en la primavera lo sabremos mejor.

En cuanto a la erosión y pérdida de suelo, el plazo para recuperarlo puede ser mucho más largo. Como ya dijimos, tiene que ser el primer paso y enfrentado de manera urgente, antes de que lleguen las lluvias.

Algunos rebrotes en el sector de Peralillo, región de O’Higgins. ©Josefina Hepp
Algunos rebrotes en el sector de Peralillo, región de O’Higgins. ©Josefina Hepp

¿Algún mensaje para entregar?

La restauración y reforestación debe hacerse con calma, usando las experiencias que ya existen en Chile y en otros países, y no en la impulsividad del momento, recogiendo semillas de cualquier lado y sembrando o plantando por montones. Esas plantas van a necesitar buen suelo, agua, y un compromiso de toda la comunidad circundante de proteger la biodiversidad. Se está generando una interesante discusión al respecto, entre distintos actores, lo importante es ahora planificar a largo plazo.

Aparte se debe regular el tema de las plantaciones con especies exóticas, tomar esto como una oportunidad para ordenar el territorio, en la diversidad está la riqueza y la fuerza. Lo bueno es que hay mucha gente motivada en apoyar, es una oportunidad para que aprendamos más de nuestra flora y cómo protegerla.

Además es muy importante tener estrategias de conservación ex situ, o sea fuera del lugar donde se encuentran naturalmente las especies, como complemento a las estrategias in situ. Hay varias formas: guardando semillas en Bancos de Semillas, como el que tiene el INIA en Vicuña; estimulando la propagación y el uso de especies nativas en jardines, calles y plazas; y también teniendo colecciones vivas, en especial de las especies más amenazadas, en jardines botánicos en red.

Por ejemplo, horticultores del Jardín Botánico de Edimburgo desde hace un tiempo realizan colectas en Chile y otros países, cultivan las especies en Escocia (y aprenden a propagarlas) y luego plantan los árboles en distintos lugares icónicos del Reino Unido, como una forma de garantizar que esas plantas que están muy amenazadas en sus sitios de origen, no se extinguirán. En el caso del ruil, hace cuatro años los del Jardín de Edimburgo colectaron semillas de esta especie en una localidad y hoy esas plantas, de unos 70 cm de altura, representan un pequeño consuelo ante la catástrofe.

Aportes:

Martin Gardner, Real Jardín Botánico de Edimburgo; Jan Bannister, NFOR; y Lucía Abello, Presidenta del Consejo Consultivo Reserva Nacional Roblería del Cobre de Loncha.

Algunos recursos de interés:

Fernández-Chicharro, I., Morales, N., Olivares, L., Salvatierra, J., Gómez, M. & Montenegro, G. 2010. Restauración ecológica para ecosistemas nativos afectados por incendios forestales. Disponible aquí.

Hechenleitner V., P., M.F. Gardner, P.I. Thomas, C. Echeverría, B. Escobar, P. Brownless & C. Martínez A. 2005. Plantas Amenazadas del Centro-Sur de Chile. Distribución, Conservación y Propagación. Disponible aquí.  

Elizalde, R. 1958. La sobrevivencia de Chile. Disponible aquí.

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