No cabe duda que en el último tiempo el cambio climático y sus consecuencias sobre el planeta como el aumento de las temperaturas, la desaparición de los glaciares y el aumento del nivel del mar, además de la desertificación y destrucción de hábitats, entre otros,  es uno de los grandes temas que han acaparado la atención del mundo. Sin embargo más recientemente esta discusión ha derivado a otro interesante tema en el que hoy quisiera detenerme y es la pregunta que muchos se están haciendo hoy en día frente a este escenario global: ¿Es ético traer hijos al mundo en esta era del cambio climático?

Puede que algunos de ustedes nunca se hayan cuestionado este tema, pero otros ya comienzan a tomar en consideración las alarmantes proyecciones de científicos que vemos a diario en los medios de comunicación y que anuncian que ya habrá partes inhabitables en el mundo tan pronto como termine este siglo, o que de no realizarse nuevos compromisos y aplicar políticas firmes, la temperatura global aumentará en 2,7 grados. ¿Suena a poco no? Pero se ha estimado que si se logra mantener el aumento de la temperatura global bajo los 2 grados para 2100 –compromiso del Acuerdo de París– la exposición a olas de calor se reduciría un 89%, las inundaciones un 76%, el declive de las cosechas un 41% y el estrés hídrico un 26%. En cambio si se sobrepasa ese límite de 2 grados, las olas de calor afectarían a la mitad de la población mundial, las sequías serían el pan de cada día en el Meditarráneo, la producción de alimentos se reduciría considerablemente y se multiplicaría el número de especies en vías de extinción.

Es ante este escenario que muchos se preguntan si traer o no hijos al mundo. Y dentro de sus aprehensiones está lo que la filósofa y bioeticista Rivka Weinberg, especializada en cuestiones éticas y metafísicas relacionadas con el nacimiento, la muerte y el significado, explica a continuación: “El apocalipsis del calentamiento global está a la mano, y no será bonito: sufriremos mucho, moriremos y desapareceremos. El inminente desastre ambiental nos matará en una variedad de maneras (…) En mi libro, The Risk of a Lifetime, sobre la ética que puede guiar nuestras decisiones sobre la procreación, yo sostengo que cuando tenemos hijos, les imponemos los riesgos de la vida. Por lo tanto, debemos considerar la naturaleza de esos riesgos por adelantado, a fin de determinar si son justos de imponer. Las implicaciones del cambio climático para la cuestión moral procreativa no pueden ser ignoradas. Dado que la vida ya es bastante arriesgada, impredecible y, a menudo, completamente miserable, el factor ambiental podría ser un punto de inflexión para la pregunta:¿Es la vida un riesgo que vale la pena?”.

Por otro lado, existe una corriente menos extremista que está considerando disminuir la cantidad de hijos a tener en pos de apoyar a la reducción de emisiones y por ende ayudar a combatir el cambio climático. Según un reciente estudio publicado en  Environmental Research Letters, el mayor impacto que los seres humanos podemos generar como individuos para combatir el cambio climático, es teniendo menos hijos. De hecho, los investigadores calcularon que teniendo un hijo menos, se reducían 58 toneladas de emisiones de CO2 por cada año de vida de los padres.

En el estudio, que identifica las formas más efectivas en las que las personas pueden reducir sus huellas de carbono, tener menos hijos era la iniciativa que lideraba al grupo, le seguían dejar de usar el auto, evitar viajes largos en avión y seguir una dieta vegetariana.

Por mi parte, ya elegí llevar una dieta vegetariana, reciclo lo mayor que puedo y si me preguntan por hijos –que todavía no tengo– me inclinaría por la segunda corriente y optaría por tener solo dos de ellos. Pero para mí lo verdaderamente importante a cuestionarse, más allá de lo ético o no que alguien pueda considerar el traer hijos al mundo en esta era de cambios, debería ser qué tipo de personas serán esos hijos. ¿Serán niños y niñas, hombres y mujeres, conscientes de la naturaleza que los rodea y su importancia? ¿Amables y respetuosos con los demás animales que comparten la Tierra con nosotros? ¿Conscientes de los daños –o beneficios– que nuestras elecciones  y acciones pueden provocar en el planeta? Así como el refrán “ojos que no ven, corazón que no siente”, entre naturalistas y ambientalistas existe la máxima “No se protege lo que no se conoce”.

Vivimos un momento clave en el que ya estamos viendo cómo especies únicas en el mundo están desapareciendo o al borde de extinguirse para siempre, en que nuestros bosques y selvas pierden cada día más terreno, donde los glaciares se están derritiendo en tiempo récord, los océanos se están convirtiendo en verdaderos basurales y donde los peces están siendo explotados al punto que el 32% de las poblaciones de peces está sobreexplotada, agotada o recuperándose, y así la lista podría continuar.

Como padres, es responsabilidad nuestra educar a nuestros hijos y entregarles las herramientas necesarias para convertirse en seres humanos capaces, con valores, inteligentes y felices. Seamos también quienes les enseñemos a valorar la vida que nos rodea para que en un futuro, sean ellos quienes encuentren las soluciones para proteger nuestros océanos, lagos, glaciares y bosques y para combatir el cambio climático.

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