Una de las características más importantes que hemos experimentado viviendo en Londres es la más que útil ironía. La ironía del humor inglés y la de una sociedad isleña (y cada vez más isleña) que incuba un admirado equilibrio multicultural. La ironía de la asimilación por contraste y del acostumbramiento a ser ni muy sensatos ni muy extremos. Y por sobre todo la ironía de quienes gobiernan y quienes son gobernados. Esa ambigüedad en el sistema de orden que todos parecieran respetar pero pocos comprender. Un sentido de democracia con una fuerte cuota de imperialismo y sobreprotección. Si el Capitalismo se manufacturó en Inglaterra, el Comunismo fue diseñado en su capital. Si la monarquía británica es una de las más antiguas y poderosas del mundo, hace ya más de 800 años que el primer ensayo de una Democracia Constitucional le rescinde su relevancia política.

Esta irónica mixtura da paso, paradójicamente, a la verdadera belleza de lo que queda a medio camino entre cada uno de estos sistemas: el espacio en que nace la oportunidad para tener acceso. El acceso a tener una justa medida de vivir en libertad, seguridad y comunidad.

©Nicolás Smith
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Este artículo trata de ese espacio, el que se define tan privado como comunitario y el que con ironía ha tenido distintos dueños y usuarios. No hay un ejemplo mejor de este espacio que la compleja red de vías interiores públicas y semi-públicas por las que es posible desplazarse por casi todo el territorio. Surcando valles, montañas, río y bosques, atraviesan tanto praderas de suave lomaje como fieros distritos financieros de volúmenes de acero y vidrio. Esta maraña de caminos nos ha permitido tener el acceso a poder conocer más, a sentirnos protegidos para avanzar y recorrer en estado de (casi) absoluta libertad estas pequeñas islas llamadas Reino Unido.

El sistema consiste, en términos simples, de un sinnúmero de servidumbres comunitarias y de acceso (casi siempre) libre para peatones. El propietario del terreno donde se emplazan es el encargado de mantenerlas libre de obstáculos e implementar y asegurar su acceso. A la vez, la municipalidad es la responsable de velar por su mantenimiento, por la infraestructura (puentes, barreras) y su señalización. La convivencia entre propietarios y estado se asegura al arriesgar severas multas si cada parte no cumplen con estas exigencias mínimas de mancomunada accesibilidad. El respeto por ellas materializa la más democrática forma de traslado.

©Nicolás Smith
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Esta gigantesca malla de caminos la componen básicamente los paseos peatonales (footpaths), senderos para ciclistas y equitadores (bridleways) y caminos abiertos para todo tránsito donde se privilegia al peatón (Byways Open to All Traffic). Muchos de estos caminos son a la vez Vías de Derecho Público, donde está legalmente protegido el tránsito mientras se mantengan las normas mínimas de convivencia. En su excepción, se encuentran casos en que hay paseos peatonales o ciclorutas que no son vías de derecho público pero sí pueden ser ocupadas por el público como la extensa Red Nacional de Ciclovías Sustrans.

Para clasificar y clarificar todo, hasta el 90% de las vías están demarcadas en una cartografía definitiva, que se pretende actualizar y completar para el año 2026.

©Nicolás Smith
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Muchas de estas vías son viejos caminos por las que se circula de pueblo en pueblo, entre capillas y campos, entre poblados y bosques. Han estado ahí desde antes de que se fundaran algunas ciudades y se compusieran los límites de propiedad como los conocemos hoy en día. Siendo una de las infraestructuras sociales más extendidas en el Reino Unido, la simple presencia de ella certifica que las vías estén aseguradas y sean recorridas constantemente. La red se ve fuerte y nutrida por organizaciones que promueven su uso, por valorizarlas y enfrentarlas a las autopistas como vías de sensata importancia para unir dos o más destinos.

Cercanas a las ciudades, las vías dejan espacio para comunicar espacios de recreación, cafés, pequeños museos, librerías itinerantes y cualquier demostración de actividad cívica. Mientras más alejadas de la ciudades, el paisaje natural es la principal huella de su trazado. Son, en muchos casos, las vías de inicio de recorridos por Parques Nacionales, riberas de ríos, y otras zonas protegidas.

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De la misma forma existen varios caminos que se van añadiendo a esta red, por ejemplo casos en que antiguas vías de ferrocarril han sido condicionadas para el tránsito de peatones, ciclistas y caballos. De hecho inmediatamente recordamos el escenario en Chile, de la transición que se ganó para que tramos de desusadas vías de ferrocarril fueran condicionadas como vías para tránsito de peatones y bicicleta (Malalcahuello-Manzanar de 13km que incluye dos túneles o el más reciente proyecto de la ciclovía en el Valle del Elqui, la ruta Elqui Pedaleable de 95km de extensión).

Ejemplos así son alegres pero escasas experiencias de una ansiada democracia accesible. Sobre todo en medio del fuerte deterioro de nuestra relación con nuestro entorno en nuestro país. El acceso a cerros, montañas, playas y bosques. El acceso a caminar nuestras ciudades por vías de acceso público que no tengan nada que ver con calles y veredas. El acceso a tener oportunidad para recorrer (casi) libremente nuestro territorio.

©Nicolás Smith
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Nos falta un poco de respeto por una accesibilidad garantizada. Nos falta un poco de esa ironía en el uso de nuestro de suelo, del ajuste entre la prioridad entre propietario y usuario. De luchar un poco más por ser más libres para recorrer. Nos falta repensar nuestra ideología por lo que definimos como mío y nuestro para comenzar a realmente descubrir y recorrer ese hermoso rincón llamado Chile.

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