Al pensar en los Selk’nam probablemente lo primero que viene a la cabeza es la imagen de unos hombres con cuerpos pintados y máscaras. Y es que la pintura corporal para esta cultura indígena de Tierra del Fuego, era uno de los elementos más relevantes de su identidad; la mayor manifestación de su creación artística que refleja prácticamente todas las esferas o cosmovisión de su mundo que quedan resumidas en estas pinturas, principalmente aquellas utilizadas en la ceremonia del Hain.

Pero antes de adentrarme en este tema, quisiera detenerme en algunas partes de la historia de esta sociedad que habitó una de las zonas más extremas de nuestro territorio.

En la antigüedad en la zona austral de nuestro continente, habitaban 5 grandes grupos: Aönikenk, Kaweskar, Yámana, Selk’nam y Manekenk, mejor conocidos como Tehuelches meridionales, Alacalufes, Yaganes, Onas y Haush, respectivamente. Mientras las culturas Aönikenk y Kaweskar habitaban la Patagonia, los Selk’nam, Yámana y Manekenk habitaron en Tierra del Fuego. Estas sociedades fueguinas compartían varias similitudes, entre ellas el uso de la pintura corporal. Sin embargo fue la sociedad Selk’nam la que alcanzó la mayor complejización de ésta, probablemente debido a la función que ésta jugaba en el Hain.

Hombres pintados con tari, dibujos totémicos usados durante la danza del Kewánix, Hain de 1923. ©Martin Gusinde
Hombres pintados con tari, dibujos totémicos usados durante la danza del Kewánix, Hain de 1923. ©Martin Gusinde

Los Selk’nam eran el grupo más extenso de los pueblos fueguinos y habitaban la extensión más amplia de territorio, que estaba dividido en norte (Párik) y sur (Hérsk). Existían 30 haruwen Selk’nam –la unidad territorial asignada a cada clan–en Tierra del Fuego donde se repartía una población de 3.800 personas. Este número sería reducido críticamente con la llegada del “hombre blanco” durante sus exploraciones en busca de tierras con potencial económico.

La primera de ellas liderada por Hernando de Magallanes en 1520, portugués que trabajaba para la Corona Española y descubrió en su llegada al estrecho este canal natural navegable –bautizado en honor a su nombre–, no tuvo contacto con los pueblos australes, sin embargo marcaría el destino de éstos. Desde aquel día, con la llegada de más expediciones, los pueblos indígenas de esta remota región fueron masacrados, despojados de sus territorios, capturados para ser exhibidos en “zoológicos humanos” en Europa y en el mejor de los casos, encontraron refugio en las misiones salesianas. Sin embargo ni siquiera estando bajo el resguardo de los misioneros los pueblos indígenas estuvieron a salvo, ya que los mismos misioneros y las ropas que éstos les proveían, fueron fuentes de enfermedades desconocidas para los pueblos fueguinos y muchos de ellos perecieron producto de grandes epidemias.

Así para 1919 cuando Martín Gusinde, sacerdote de la Orden del Verbo Divino que trabajaba como conservador del Museo Etnología y Antropología de Chile, llegó a Tierra del Fuego, sólo quedaban 279 Selk’nam con vida, según su informe. Consciente del futuro de este pueblo, Gusinde se propuso en ese entonces dejar un vasto registro de su cultura. Sus fotografías que muestran en detalle el modo de vida de los Selk’nam y otras culturas australes como los Yámanas y los Kaweskar, constituyen hasta hoy un material de inmenso valor cultural para el conocimiento de estas sociedades.

El uso de la pintura corporal

En la foto: A la izquierda está Ulen, quizás el espíritu más conocido del Hain dentro de la cultura popular. A la derecha está Ko’taix, espíritu rápido y agresivo. Llevaba unos cuernos que representaban al pez cornudo, un antepasado que era una metamorfosis entre un pez y un luchador. ©Sonia Ubilla/Alberto Stange
En la foto: A la izquierda está Ulen, quizás el espíritu más conocido del Hain dentro de la cultura popular. A la derecha está Ko’taix, espíritu rápido y agresivo. Llevaba unos cuernos que representaban al pez cornudo, un antepasado que era una metamorfosis entre un pez y un luchador. ©Sonia Ubilla/Alberto Stange

 

Conscientes de la importancia que constituyó la pintura corporal para los Selk’nam, Sonia Ubilla (artista plástica) y Montserrat Sagredo (antropóloga) –madre e hija respectivamente– montaron una exposición llamada “Aïná: Una mirada al mundo Selk’nam desde la pintura corporal de los espíritus del Hain” que incluye 15 esculturas que representan las principales formas de pintura corporal de esta ceremonia, las que a su vez representan distintos espíritus según la cosmovisión Selk’nam. En adición a las esculturas, Montserrat escribió un libro que lleva el mismo nombre, y que complementa la exposición al relatar la historia de este pueblo y sus principales características, y realizar una interpretación antropológica de la pintura corporal utilizada en el Hain desde su formación iconográfica y desde su contexto de uso.

Según la investigación de Montserrat Sagredo, para la sociedad Selk’nam la belleza era un elemento de importancia, donde la posesión de ella suponía una posición de privilegio y un indicador de salud. En general, la propia dinámica de la sociedad “semi-nómade” (se mudaban varias veces pero dentro de un territorio delimitado) y sus actividades de alta demanda física, los mantenía en buen estado físico, pero aun así dedicaban varias horas al embellecimiento del cuerpo.

En la cultra Selk’nam la pintura corporal saciaba las necesidades estéticas de adorno y además infundía un alto contenido social, dependiendo de las circunstancias de su uso. Y de hecho se pueden distinguir al menos 5 razones por las que hacían uso de la pintura corporal: razones estéticas, para destacar o resaltar ciertas características físicas; razones prácticas, como camuflaje durante la caza o para protegerse del frío por ejemplo; razones comunicativas que ejercían un rol primordial en los códigos sociales, ya que los diseños indicaban diversas situaciones en la que se encontraban: en una competencia deportiva, para pasar a otro haruwen, para ir de caza, para cuando una mujer estaba embarazada, etc.); por razones de orden social, se distinguían ciertos roles como el del chamán o hechicero y finalmente con fines espirituales, para practicar algunos rituales como la ceremonia del Hain, su mayor exponente.

La cultura Selk’nam utilizaba sólo 3 colores principales para la pintura corporal: negro, blanco y rojo. Para obtener el negro usaban carbón y ceniza; para obtener el blanco, arcilla blanca y limo; y para obtener rojo usaban arcilla rojiza, ocre rojizo y sangre. Cada uno de estos colores se utilizaba con variaciones de tonalidad y los diseños se realizaban prácticamente usando sólo los dedos de las manos.

Los espíritus del Hain

En la foto: A la izquierda se ve a Shénu chamán hoowin hermano de Sol, representa al viento del oeste y los puntos blancos son las nubes. A la derecha está Shéit, gran chamán hoowin y el que mejor conocía el territorio sur de la isla grande. ©Sonia Ubilla/Alberto Stange
En la foto: A la izquierda se ve a Shénu chamán hoowin hermano de Sol, representa al viento del oeste y los puntos blancos son las nubes. A la derecha está Shéit, gran chamán hoowin y el que mejor conocía el territorio sur de la isla grande. ©Sonia Ubilla/Alberto Stange

Como se mencionó anteriormente, probablemente el grado de complejización de la pintura corporal que alcanzó la cultura Selk’nam se deba al rol que ésta jugaba en el ritual del Hain. Esto, porque gracias a la pintura corporal los participantes del Hain se disfrazaban de espíritus engañando a los demás, que desconocían que tras la pintura había un ser humano de su clan. Por lo tanto, esconder el cuerpo humano tras estos dibujos era de gran importancia.

En la época del tiempo mítico, la sociedad Selk’nam era matriarcal. Las mujeres gobernaban, representadas por Luna que sabía que esta situación de privilegio debía ser resguardada del poder de los hombres, así que basándose en su conocimiento de lo divino y la relación de sus espíritus ideó junto a las demás mujeres un plan diseñado para infundir miedo en los hombres y mantener este orden social. Le dirían a los hombres que los espíritus demandaban ser invocados por ellas en una ceremonia especial al interior del hain (la carpa donde se juntaban sólo las mujeres) para traspasarles sus necesidades, ceremonia que ellas mismas montarían disfrazándose de los espíritus. El no cumplimiento de estos deseos divinos traería terribles consecuencias para la sociedad. Y para las mujeres, este sería un secreto sagrado y el castigo de contarlo a un hombre o a una niña que aún no pasara por su iniciación, sería la muerte.

Por años las mujeres continuaron con este engaño hasta que, según cuenta la leyenda, un día Sol, el mejor cazador de los hombres, escuchó a dos mujeres riendo de la estupidez de los hombres y descubrió el engaño. A modo de venganza los hombres masacraron a las mujeres y decidieron migrar junto a los niños y las niñas y comenzar un nuevo orden social en un nuevo asentamiento. Ante el temor de que una vez que las niñas crecieran éstas pudiesen retomar el poder, los hombres también adoptarían el ritual del Hain para mantener ahora el patriarcado. Cada hombre adoptaría un papel interpretando a los espíritus durante el Hain y en esta ceremonia se realizaría el rito de paso de los jóvenes (kloketén) hacia la adultez masculina, donde éstos conocerían el secreto del Hain que deberían resguardar.

Foto: En el Hain, los Shoortes siempre eran los espíritus que causaban mayor admiración por su belleza, así que los 7 Shoorters principales eran representados por los 7 hombres más esbeltos , fuertes y bellos. A la izquierda se ve a Keyáishk, el más complaciente de los shoort, quien durante la masacre femenina intentó evitar que mataran a su hija. A la derecha se ve a Telil, el shoort más fuerte y a la vez el más influyente. ©Sonia Ubilla/Alberto Stange
Foto: En el Hain, los Shoortes siempre eran los espíritus que causaban mayor admiración por su belleza, así que los 7 Shoorters principales eran representados por los 7 hombres más esbeltos , fuertes y bellos. A la izquierda se ve a Keyáishk, el más complaciente de los shoort, quien durante la masacre femenina intentó evitar que mataran a su hija. A la derecha se ve a Telil, el shoort más fuerte y a la vez el más influyente. ©Sonia Ubilla/Alberto Stange

En definitiva, «a nivel de producción cultural resulta profundamente significativo que la complejización social de los Selk’nam se viera manifestada a través de sus pinturas corporales, donde la construcción ideológica, de un alto nivel de abstracción conceptual, tanto estético como simbólico, se llevaba literalmente en la piel. Es decir, los códigos más entrañables de la cultura estaban siempre a disposición del ojo externo, mas su complejidad obviaba los códigos de lectura para los extranjeros», concluye Sagredo en su libro.

¿Dónde ver la exposición?

Esta exposición fue inaugurada en el pasillo del Arte del Centro de Extensión del Senado en Valparaíso el pasado mes de marzo y estará itinerando en diversas regiones del país durante el año. Por lo pronto, las exhibiciones más próximas confirmadas son:

*Las fotografías fueron tomadas por Alberto Stange y corresponden a algunas de las esculturas de Sonia Ubilla que forman parte de la exposición. Este artículo está basado en la investigación de Monserrat Sagredo, autora del libro “Aïná: Una mirada al mundo Selk’nam desde la pintura corporal de los espíritus del Hain”, que acompaña la exposición del mismo nombre.

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